Normalidad es una palabra que puede evocar distintos significados para cada persona. Hoy, vamos a hablar de esa normalidad que tal vez estamos añorando en los meses de pandemia, entendida como la rutina, los hábitos, aquello que permanece y conforma nuestro día a día.
La normalidad es un concepto que vamos generando en nuestra mente para convertir nuestro mundo en algo predecible para sentirnos más seguros. Desde que somos niños necesitamos tener ciertas rutinas que nos provocan sensaciones confortables de estabilidad. Pronto creamos un mapa mental en el que nos movemos con la libertad y calma que nos da lo conocido.
La estabilidad conecta de forma directa con una necesidad humana que todos compartimos, la seguridad. Necesitamos sentirnos seguros para poder disfrutar de las cosas que nos suceden, construir nuestros proyectos, fantasear con lo que queremos, abrirnos a experiencias diferentes y en general para poder tener una vida rica y satisfactoria. Esto nos sucede a lo largo de todas las etapas de nuestra vida, aunque el modo en que buscamos seguridad pueda ir variando con el paso del tiempo.
Al principio, las rutinas nos llegan desde fuera, a través de las figuras que nos cuidan, generando un entorno que, a base de repetirse, se vuelve predecible. Todo ello va constituyendo lo que para cada uno de nosotros se convierte en “lo normal”, como sinónimo de “lo que puedo prever antes de que suceda”. Poco a poco, a lo largo de nuestro desarrollo vamos internalizando esta capacidad de generar “normalidades”, “hábitos”, de manera que al llegar a la adolescencia y después a la edad adulta, hemos creado una herramienta útil para nuestra vida.
Cuando en nuestros primeros años no vivimos esa experiencia de rutina, podemos reaccionar de diferentes formas para adaptarnos a un contexto que vivenciamos como volátil, cambiante. Algunas personas sentirán mucho miedo y tenderán a inhibirse, a no explorar, no asumir riesgos, sintiéndose a menudo en un lugar donde hay más caos que orden. Otras, generarán una habituación a este entorno siempre cambiante, por lo que a lo largo de su vida se dará la paradoja de que necesitarán seguir experimentando cambios constantes para no sentir la angustia de lo nuevo, en este caso aquello rutinario, estable, que puede vivirse como amenazante por ser lo desconocido.
Todos hemos vivido en los últimos meses una ruptura de nuestra normalidad, cada uno de forma distinta. Esta desaparición de algunos hábitos cotidianos puede generar sensaciones distintas en cada persona, como incertidumbre, temor, curiosidad, melancolía, ilusión, irritabilidad… Pensar en qué nos moviliza, qué nos ocurre cuando de pronto nuestra normalidad desaparece, puede ayudarnos a entender cómo nos sentimos y a conocer mejor una faceta de nosotros mismos que tal vez hasta el momento no habíamos explorado tanto. Podemos hacernos varias preguntas para profundizar en esta idea:
Adaptándonos a los cambios
Una vez hemos comprendido y asumido qué nos sucede cuando nuestras circunstancias cambian, estamos más preparados para generar una nueva normalidad, entendida como un estado diferente al anterior pero que nos permite ir construyendo ese lugar seguro en el que seguir creciendo.
Para llevar a cabo esta tarea, es necesario que elaboremos los duelos por aquello que perdimos. En la situación de pandemia que hemos vivido, esa ruptura abrupta ha venido acompañada de pérdidas que serán distintas para cada persona. Algunas son más evidentes, como la muerte de seres queridos o personas cercanas, aquel proyecto que no pudo continuar como teníamos planificado, la pérdida de nuestro empleo, lugar de residencia… Otras, pueden ser pérdidas más sutiles pero que también requerirán de un proceso de duelo, como la ruptura de una idea de control sobre nuestro entorno, la manera en que nos relacionábamos con nuestra salud y nuestra higiene, la forma en que nos saludamos… Poder despedirnos de aquello que quedó atrás nos permite comenzar una nueva etapa con mayor apertura y estabilidad interna. Como ocurre con la mayor parte de los procesos psicológicos, la elaboración de estos duelos requiere de un tiempo que será distinto en cada caso y que puede hacerse más complejo si engancha con algún conflicto pasado que tenemos pendiente de elaborar.
Poco a poco, nos vamos abriendo a las experiencias nuevas, que como comentábamos en líneas anteriores, se irán haciendo norma con la repetición, hasta volverse una nueva forma de vivir que nos proporciona esas sensaciones de serenidad y seguridad. En este sentido, es interesante que nos podamos hacer algunas preguntas que nos ayuden a ir abriendo vías de acceso a esa normalidad deseada. Algunas de ellas son:
Como siempre sucede, cada uno de nosotros vivimos a nivel interno de manera única las situaciones y procesos mentales que nos ocurren, por tanto podemos encontrar muchas y muy diversas nuevas normalidades. Es probable que surjan preguntas y sentimientos asociados a cada una de ellas que también serán personales. Os animamos a pararos y encontrar vuestros propios interrogantes y respuestas en este momento de transformación de la normalidad.