Desde que nacemos todo lo que ocurre a nuestro alrededor y en nosotros mismos está en un constante movimiento, a veces más acelerado, o paulatino y lento. Pasamos de etapa escolar, formamos nuevas relaciones, nos mudamos de país o ciudad… Los cambios nos obligan a hacer un proceso de acomodación a lo nuevo que nunca termina, porque siempre habrá algo distinto que afrontar.
Algunas veces son más fáciles porque los deseamos, los buscamos, como cuando logramos encontrar un trabajo, aprobar esos estudios que tanto esfuerzo nos supusieron o empezar una relación. Otros nos suponen un trago amargo, como cuando fallece alguien a quien queremos o abandonamos un proyecto que fracasa. Sin embargo, hay algo en común en todos estos ejemplos y es que nos colocan en una posición nueva en la que tendremos que hacer transformaciones internas para lograr de nuevo el equilibrio, haciendo un duelo por lo que termina y aceptando lo nuevo que llega.
Como sucede con cualquier experiencia, todas las personas tenemos una historia previa que configura la manera en la que recibimos los cambios. Hacer una revisión de cómo hemos afrontado situaciones similares nos puede dar algunas pistas muy personales de nuestra manera de vivirlo, qué nos supone y qué nos sirvió en el pasado para afrontarlo.
Para comenzar, es necesario tomar conciencia de que estamos atravesando un cambio que necesariamente va a influir en cómo nos sentimos, pensamos o nos relacionamos, por lo que necesitaremos un tiempo para reacomodarnos. Podemos observar qué efecto está teniendo en nosotros el cambio que vivimos; qué emociones nos evoca, a qué lugares internos nos lleva y si nos conecta con momentos concretos de nuestra historia. Progresivamente llevaremos a cabo una aceptación del cambio, como algo natural que supone una pérdida al tiempo que nos brinda la oportunidad de encontrarnos con algo nuevo.
Una de las cuestiones complejas de afrontar es la inevitabilidad del cambio, es decir, cuando éstos escapan a nuestro control. En estas situaciones, puede aparecer una sensación de angustia que conduce en algunos casos a bloquear el cambio, aferrándose a lo que se termina y evitando lo nuevo, lo que conlleva un sufrimiento innecesario. En este sentido, puede ser interesante valorar si después del cambio se abre ante nosotros algo positivo en lo que nos podemos focalizar para ilusionarnos y facilitarnos el tránsito. Asimismo, tendremos que dar un espacio a todo lo que conlleva el duelo por lo que se termina; identificar, aceptar y gestionar las emociones que nos evoca, siendo comprensivos con nosotros mismos en ese proceso.
Si estás atravesando un cambio en tu vida y sientes que necesitas ayuda, no dudes en contactar con nosotros.