Adolescente, etimológicamente viene del latín adolescens, participio del infinitivo adolescere, que significa madurar, crecer, ir hacia adelante. Nada tiene que ver con el verbo adolecer (sufrir, padecer una carencia), pero la adolescencia a menudo es considerada en nuestra cultura como una etapa esencialmente turbulenta, conflictiva y de gran fragilidad, “una enfermedad que se cura con el tiempo”, como dice el dicho.
La manera que tenemos de entender y de contar la experiencia adolescente desde la mirada adulta condiciona mucho las expectativas que tenemos sobre los adolescentes y las respuestas que les damos. A menudo, pensamos en los adolescentes de hoy como una generación lejana, que vivimos como algo desconocido, expuesta e hiperconectada a través de la tecnología. Pero si echamos la vista atrás, la etapa adolescente siempre ha sido considerada complicada o incómoda; puede ser que las formas hayan cambiado, pero los conflictos a los que hace frente el adolescente son los mismos que los que han tenido que encarar generaciones pasadas.
El adolescente se enfrenta a un proceso de transformación, de cambio, de transición entre el mundo infantil y el mundo adulto. Debe aprender a interpretar e integrar estos cambios en su mundo interior, en su cuerpo y en sus necesidades afectivas en las relaciones con los demás. Para lograr el crecimiento psicológico, necesita de una persona madura que le guíe en el proceso. De ahí, que los padres o cuidadores se convierten en personas que facilitan que el adolescente desarrolle capacidades que le permitan obtener la seguridad fuera del ámbito familiar.
Podríamos decir que el adolescente se encuentra atrapado en una trampa: quiere ser adulto, maduro e independiente, pero necesita de otro, una figura de referencia (padres, cuidadores, profesores), que le autorice a serlo, que le reconozca como tal. Así, es común, que busque la provocación y el desafío como forma de escapar de esta trampa, como intento de ser adulto y separarse de esas figuras de autoridad que, a su vez, necesita. A veces estas señales, estos comportamientos, no son fáciles de interpretar, se camuflan o cambian de forma: desafíos, gritos, exposiciones a peligros, etc. Esto impide o dificulta ver al adolescente que hay detrás, necesitado de una conexión afectiva con el otro y de un vínculo con sus figuras de referencia.
Acompañar a un adolescente en su proceso de entrada en el mundo adulto puede resultar complicado y frustrante; pero si entendemos la conducta adolescente desde esta mirada, podremos acercarnos y acompañarlos con una actitud más abierta, madura y comprensiva, interpretando los comportamientos, a veces desajustados, como lo que son: una forma de comunicación, una búsqueda desesperada, a menudo no demasiado bien contada, para que alguien se acerque.
Desde Intro Psicólogos podemos ayudarte y guiarte para que esta transición sea lo mejor posible tanto para el adolescente como para las figuras de referencia. Contacta con nosotros y te contamos qué podemos hacer por tí.