En las relaciones que establecemos con los demás ponemos en juego –de manera automática– nuestros deseos y necesidades, y también nuestra historia y la manera en que hemos aprendido a relacionarnos. En función de las diferentes experiencias que vamos teniendo a lo largo de nuestra vida, y en especial, durante nuestra infancia, aprendemos cómo funciona el mundo de las relaciones y cómo podemos esperar que se comporten los demás. Esto nos da cierto orden, nos permite vivir dentro de unas reglas “conocidas” y nos tranquiliza; pero también nos invita a ver el mundo de determinada manera y nos hace tener unas expectativas sobre cómo los demás se comportarán con nosotros/as.
Por ello, a menudo nos decepcionamos o frustramos porque sentimos que los demás no nos dan lo que necesitamos, porque esperábamos o queremos otra cosa, o porque habíamos fantaseado con una realidad diferente. Te suena, ¿verdad?
Como decíamos, esta es una experiencia común porque es inevitable que al construir una relación con otra persona ambas partes pongan en juego aspectos de su historia y sus experiencias pasadas. Pero se puede hacer algo con ello.
Lo cierto es que los demás no siempre nos van a dar lo que esperamos. Puede ser que no quieran, no sepan o no puedan hacerlo. A veces, nuestra manera de reaccionar ante esto es enfadándonos o volcando nuestra frustración en la otra persona. Por supuesto, en una relación podemos pedir lo que necesitamos, podemos hablar de cosas que nos incomodan o podemos comunicar al otro cómo nos sentimos o si ha hecho algo que nos duele. Pero esto es diferente a exigir o esperar algo de alguien que no quiere o no puede darnos.
Tener esto en cuenta nos puede ayudar a reducir la frustración, porque reconocer y aceptar que la otra persona no es como nosotros deseamos nos ayuda a verla y respetarla, sin empujarle o pedirle que sea algo que no es. Por otro lado, nos coloca en un lugar más sano para nosotros mismos, ya que nos permite conectar con la realidad de cómo son las cosas, situarnos y desde ahí, actuar.
Poder ver a los demás de esta forma, separando nuestra historia, nuestras necesidad y carencias, nos permite valorar qué relaciones queremos mantener y de cuáles preferimos alejarnos, teniendo en cuenta la respuesta de los demás.
Así, no se trata de no esperar nada de nadie, si no de ser conscientes de nuestras expectativas para ajustarlas a cada momento y relación que vivimos. Esto nos permitirá sorprendernos, quedarnos con lo que los demás nos dan, recibir lo que sí está, y alejarnos de lugares en los que no nos sentimos bien. En definitiva, nos ayudará a construir relaciones más satisfactorias.