Cuando las personas sufrimos tendemos a buscar la causa de ese sufrimiento, a intentar comprender qué nos está pasando y a buscar una forma de solucionarlo. Es natural acudir a un profesional buscando una explicación, esperando un diagnóstico que refleje aquello que nos ocurre, que describa nuestro malestar. Así, en un primer momento, una etiqueta diagnóstica puede resultar tranquilizadora, ya que nos permite poner nombre al dolor, nos hace sentir menos solos y más comprendidos, y nos da esperanza de que existe una salida.
Sin embargo, un diagnóstico tiene una doble cara. En este post hablaremos sobre cómo puede afectarnos.
Si pensamos en que la identidad se construye en la relación con los otros, entendemos que vamos creando la forma en que nos vemos a nosotros mismos, a los demás y al mundo a través de los diversos vínculos que establecemos con las personas que nos rodean a lo largo de nuestra vida. El lugar que ocupamos en la familia, el grupo social y la sociedad a la que pertenecemos, los mensajes que recibimos, y la manera en que aprendemos a mirarnos están estrechamente relacionados con la visión que tenemos de nosotros mismos en el presente, con la manera en que afrontamos las dificultades, con la forma que conocemos de pedir ayuda, con cómo nos sobreponemos a un cambio vital. Organizamos la experiencia según los aprendizajes que hemos ido haciendo. Así, teniendo en cuenta la historia, y el contexto relacional y social en el que cada persona se ha desarrollado, podremos darle sentido al sufrimiento que atraviesa en el presente.
Por el contrario, los diagnósticos evalúan hasta que punto las personas se ajustan o no a ciertos patrones de funcionamiento; no tienen en cuenta la manera en la que nos construimos, las relaciones significativas y los recursos que poseemos. Esto puede limitarnos, y contribuir a fijar una etiqueta como parte de nuestra identidad: el diagnóstico representa quiénes somos, cómo nos colocamos frente al mundo y qué se espera de nosotros. Identificarnos como portadores de una enfermedad mental, en lugar de como personas que atraviesan una dificultad o sufren, obstaculiza el desarrollo de recursos con los que nos enfrentaremos a las diferentes adversidades y cambios, que pueden ser difíciles, pero que también nos hacen crecer.
Explorar cómo cada persona ha construido una determinada forma de dar sentido a su experiencia, a relacionarse y actuar; y considerar los problemas más como dificultades de la vida que como expresión de una patología, ayuda a ponerlos en contexto y a darles un sentido. Cambiar el diagnóstico por la escucha, la curiosidad y la comprensión potencia el desarrollo de recursos, competencia y autonomía en cada uno de nosotros.