La llegada del verano, el buen tiempo y las vacaciones es para muchos/as un motivo de alegría y entusiasmo. Sin embargo, el verano es uno de los momentos del año más delicados para las personas que sufren un trastorno de alimentación. En esta época aumentan los mensajes relacionados con el culto al cuerpo y la presión por cumplir los cánones de belleza, donde el ideal suele ser la delgadez. Además, con el calor y el cambio en el estilo de vida aumenta la exposición del cuerpo, y con ella los comentarios o juicios –externos o internos– en torno a éste, que fomentan la inseguridad, la baja autoestima, las comparaciones y la insatisfacción corporal.
Durante los meses del verano rompemos con nuestras rutinas y llevamos menos control sobre nuestra alimentación y horarios de comidas, lo que también contribuye a que florezcan distintos problemas de alimentación. Ante la desaparición de los hábitos diarios es más sencillo que pase desapercibido un cambio en la conducta alimentaria: estamos distraídos/as, tenemos más planes y resulta más sencillo pasar por alto un comportamiento que, en otro momento del año, nos llamaría más fácilmente la atención. Todo ello hace que sea una época en la que tienden a proliferar, especialmente entre adolescentes, nuevos casos de trastornos alimenticios.
En muchas ocasiones, hasta que no se retoma la rutina no se toma conciencia del cambio o de la gravedad de lo que ocurre, por lo que es recomendable estar atentos/as a posibles señales de alarma en familiares o amigos/as para poder buscar ayuda lo antes posible.
En el caso de detectar alguna de estas señales o tener dudas sobre si algo está ocurriendo, recomendamos contactar con un profesional para que valore cada caso de forma individualizada y pueda acompañarnos en el proceso. Una detección temprana es fundamental para poder comenzar el tratamiento que cada persona necesita.