Una de las consultas que solemos recibir en nuestro consultorio tiene que ver con la sensación de temor o fobias ante diferentes objetos y situaciones. Son habituales el miedo a volar, a determinados animales, a espacios abiertos (agorafobia) o cerrados (claustrofobia). Desde la psicología se ha abordado este síntoma de diferentes maneras, en los manuales diagnósticos se suele encajar bajo las etiquetas de ataque de pánico, trastorno de ansiedad específica o generalizada. Estas experiencias subjetivas suelen expresarse como sensaciones corporales de taquicardia, respiración acelerada o tensión muscular, pensamientos relacionados con estar en peligro o que algo malo va a suceder y emociones de miedo y angustia.
Cuando trabajamos con personas que sufren este tipo de temores encontramos que suelen tener un nivel de alerta elevado y una sensación de peligro. Puede ocurrir que hayan tenido una experiencia traumática relacionada con el objeto que temen, y otras veces no tienen por qué recordar ningún evento que desencadene ese miedo de forma directa. Es frecuente que sean personas que no pudieron interiorizar en su infancia o adolescencia, etapas en las que somos especialmente vulnerables, la sensación de protección de figuras de apego importantes. Esto provoca que se enfrenten a la realidad con la narrativa de que existen situaciones que pueden resultar atemorizantes y que ese miedo no se puede manejar ni calmar, colocándoles ante el día a día en una posición de indefensión con la que es difícil convivir.
Para lograr una mejoría de estos síntomas es importante que las personas encuentren en la terapia un espacio donde expresar sus temores con libertad y sentir que su terapeuta los recoge y contiene. Si empleamos una técnica para eliminar una fobia específica, por ejemplo a las arañas, pero no trabajamos sobre la sensación más amplia de inseguridad que puede formar parte de la identidad de la persona, puede ocurrir que la fobia o temor se desplace a otro objeto. El objeto que genera la fobia actúa en muchos casos como símbolo de toda una realidad que la persona ha interiorizado como peligrosa.