En este post vamos a hablar sobre una de las emociones básicas del ser humano: la ira. Es una emoción muy poderosa que nos moviliza y permite poner límites cuando sentimos malestar. Solemos representarnos la ira como una emoción intensa, asociada al color rojo, ardiente y que en ocasiones puede llegar a ser peligrosa, explosiva o incontrolable.
Como ocurre con el resto de emociones, la ira cumple una función importante y adaptativa, nos permite identificar que algo no nos hace sentir bien y poner un límite que nos protege. Pensemos en situaciones cotidianas que hacen despertar nuestra ira: cuando alguien nos habla de una forma inadecuada, si nos faltan al respeto, nos menosprecian o no se tienen en cuenta nuestras opiniones o necesidades… Gracias a la ira que sentimos podemos detectar que se está sobrepasando un límite necesario para preservar nuestro bienestar y emplear nuestros recursos personales para evitar que nos hagan daño.
A lo largo de nuestra vida, y en especial en nuestros primeros años, internalizamos una serie de ideas sobre nosotros mismos y los demás que influyen en cómo vivimos nuestra ira. Algunas personas sienten que esta emoción domina sus actos cuando aparece, dejándolas sin capacidad de gestionarla y ocasionando muchos problemas, tanto a sí mismas como en sus relaciones con los demás. Otras, aprenden a silenciarla porque les despierta temor, angustia, o por otros motivos que dependen de sus experiencias, y por tanto les es difícil usarla para defenderse. Cuando esto ocurre, es importante que pensemos en profundidad qué hay bajo esta forma de vivir la ira que no nos hace bien.
En una psicoterapia, podemos analizar cómo nos relacionamos con esta emoción tan importante para cuidar de nosotros mismos, identificar qué situaciones suelen originarla en nuestro caso, qué pensamientos y sensaciones despierta en nosotros, para poder manejarla de forma positiva.