La información que nos rodea es recibida por nuestros sentidos e interpretada por nuestro cerebro.
Esta lectura propia, además de individual, es algo singular, pues dependerá del modo en que hemos aprendido a organizar la experiencia y el mundo que nos rodea.
Ni los acontecimientos, ni los lugares, ni los objetos, pueden significar lo mismo para ti que para otra persona. Nuestro mundo tiene un significado diferente dependiendo de los filtros mentales, en palabras de Luis Cencillo, desde los que se percibe. La singularidad de esos filtros determina nuestra diferencia.
Tu biografía, tus juicios, tus creencias, la sociedad, tus experiencias, tus mandatos familiares, tu manera de relacionarte son lentes, usando la metáfora de Kant, presentes en la percepción y en la expresión del mundo exterior, que modifican la interpretación e interacción con éste.
Asimismo, no podemos olvidar la realidad inconsciente que asumimos y nos determina. La mayoría de las ocasiones no somos conscientes de cómo estamos percibiendo las cosas ni de los discursos y las ideologías que nos motivan a percibirlas.
Este punto de partida influirá también en la relación con las personas que nos rodean. Siendo niños vamos creando unas “plantillas” interpersonales según las relaciones que vamos experimentando. Así, mientras aprendemos a sobrevivir en el mundo, vamos aprendiendo rápidamente qué efecto tienen nuestros comportamientos en cada una de las personas que configuran nuestro entorno.
Estamos diseñados genéticamente para prestar atención a esos otros de quienes depende nuestra supervivencia, por eso nuestra detección es máxima y lo que aprendemos queda fijado en nosotros.
Estas “plantillas” las utilizaremos con nuestras relaciones posteriores, puesto que no hemos aprendido nada fuera de ellas.
Imagina que durante tu infancia tu padre hubiese tenido una mirada excesivamente crítica sobre tus resultados académicos en el colegio, y que su comportamiento contigo dependiera totalmente de ellos. A los años te encuentras con ansiedad y miedo en el trabajo porque crees que tu jefe está juzgando tu trabajo más que al del resto de tus compañeros.
Esto podría explicarse en gran parte porque estás imponiendo parte de la “plantilla” con la que te has relacionado con tu padre, y esperas de tu jefe la misma mirada crítica hacia tu trabajo y persona.
Tomamos sentimientos y expectativas forjados en la relación con una persona relevante de nuestro pasado y lo proyectamos a otra persona del presente, adjudicando también una reacción esperada y familiar a la nueva. De algún modo, obligamos al otro a nuestra “plantilla”.
La psicóloga Susana Andersen, afirma que cuando conocemos a una persona nueva que activa cierta representación de otra persona relevante de nuestra vida, no solo inferimos rasgos sobre ella de los cuales no tenemos pruebas reales, sino que tratamos esos rasgos como si realmente los hubiéramos aprendido de esa persona nueva.
Estos rasgos son añadidos a las características observables en nuestra idea de la persona nueva. Por ello, sin darnos cuenta, nos vemos esperando del otro un tipo de actitudes y trato que tal vez corresponda más con nuestra historia vincular que con la persona en cuestión.
Esto no quiere decir que nuestra mirada de la persona que acabamos de conocer sea equivocada, sino que se produce una reactivación compleja de emociones, expectativas, comportamientos y vínculos que se escapan de nuestro control y determinan la conclusión final.
Un buen trabajo psicológico pasa por entender a cada persona y problemática como única y singular, comprendiendo que su interacción (equilibrada o desequilibrada) consigo misma o con el entorno, va a estar determinado por su experiencia intransferible. Una experiencia de lentes propias.
Por eso, poder profundizar de manera detallada, primero, en qué lentes usamos, cuán sucias o rayadas están, de qué color nos pintan el mundo, y después en quién ha configurado esas lentes, nos permitirán decidir sobre ellas pudiendo elegir las gafas adecuadas a la persona que emerge entre lo que somos y queremos ser.