El rechazo es algo conocido por todos y todas, cada quien lo ha sentido a su manera y es inherente a nuestro día a día. Sin embargo, a pesar de ser una experiencia común y compartida, es una de las emociones más dolorosas que experimentamos como seres humanos. De hecho, la ciencia nos dice que cuando nos sentimos rechazados/as se activan en nuestro cerebro las mismas áreas que ante el dolor físico.
Hoy nos paramos a pensar sobre ello: ¿qué es lo que tiene el rechazo que lo hace tan insoportable y doloroso?
Cuando no nos eligen para un puesto de trabajo que deseamos, cuando alguien no nos otorga determinado espacio, cuando un amigo/a no cuenta con nosotros/as… sentimos un malestar intenso que nos hace conectar con la pérdida, el abandono y la soledad.
Desde un punto de vista evolutivo, pertenecer al grupo ha sido indispensable para la supervivencia del ser humano, y ser rechazados/as implicaba tener que enfrentarnos en soledad a numerosos peligros. El malestar ante el rechazo entonces podía ser un mecanismo útil que nos mantenía cerca de los demás, adaptados/as socialmente. En el presente, normalmente no tenemos que enfrentarnos a este tipo de peligros externos, pero una de las necesidades humanas básicas es sentirse querido/a y tener a quien querer: necesitamos el contacto y la conexión con los otros/as para poder ser. Los demás nos construyen y nos devuelven una mirada de quienes somos.
Es común que cuando nos rechazan nos sintamos inadecuados/as, cuestionemos nuestro valor y dudemos de nuestras capacidades y cualidades. Esto, por un lado, tiene mucho que ver con los mecanismos psíquicos que se ponen en marcha cuando somos niños/as y vivimos experiencias de rechazo, abandono o negligencia: nos responsabilizamos del daño que nos hace una figura cuidadora para poder mantenernos cerca de ella, ya que la necesitamos para sobrevivir.
Estas experiencias que tenemos en las relaciones tempranas configuran nuestra manera de relacionarnos cuando somos adultos/as. En función de cómo ha sido nuestra historia, si hemos crecido en vínculos en los que nos hemos sentido especialmente vulnerables al rechazo o al abandono, es posible que esto se active de una manera más intensa en nuestro día a día: “hay algo mal en mí que hace que no me quieran o elijan”; en vez de entenderlo como algo natural, que tiene más que ver con el otro/a que con algo que nos falta a nosotros/as.
El rechazo siempre duele, pero en la medida en que podamos pensar y trabajar nuestra historia y tener una percepción sólida de quienes somos, con nuestras cualidades y carencias, seremos capaces de separar y entender qué parte de lo que ocurre tiene que ver con nosotros/as y qué forma parte del mundo del otro/a, sin poner en juego la forma en que nos miramos y percibimos.
Desde Intro, te animamos a encontrar un espacio donde poder mirarte y pensarte acompañado/a de un/a profesional.