En la vida de una persona puede haber momentos de gran impacto tanto emocional como cognitivo que supongan en la persona un daño muy difícil de manejar. Estas experiencias y su implicación son las que entendemos como “traumas”, palabra derivada del griego traûma, “herida”. Probablemente no haya palabra más acertada para lo que suponen en nuestro desarrollo psicológico esas experiencias a las que nos referimos. Son muchas y muy variadas las vivencias que pueden resultar traumáticas:
- Accidentes.
- Maltrato físico o psicológico.
- Abuso sexual.
- Muertes o pérdidas de un ser querido.
- Abandonos.
- Experiencias de miedo intensas como atracos, desastres naturales, incendios, guerras, etc.
Todas estas vivencias superan los recursos psicológicos que tiene la persona para hacerles frente, y es por eso que generan un sufrimiento y una sensación de debilidad que termina dejando huella del daño hasta que llegue a ser elaborado y superado por la persona. Hasta entonces, el cuerpo y la mente responden con una serie de síntomas que nos dan una pista de que hay una situación traumática que necesita ser trabajada:
- Pensamientos e imágenes mentales recurrentes sobre el evento traumático.
- Lagunas y dificultad de reconstruir el suceso traumático.
- Alteración del sueño mediante pesadillas, insomnio despertares nocturnos…
- Susceptibilidad a padecer periodos de angustia o ansiedad.
- Problemas de memoria y dificultades de atención.
- Labilidad y descontrol emocional: tristeza, irritabilidad, asco…
- Fobias o miedos a situaciones concretas.
¿Cómo entendemos el trauma?
Ningún hecho importante e impactante que vivamos a nivel emocional pasa sin efectos por nosotros. Todo se graba en lo que somos en forma de sensaciones, emociones, imágenes, ideas, miedos, expectativas, y sobre ello vamos construyendo el mundo de alrededor y lo que somos en él. Qué podemos esperar, cómo nos debemos comportar, quiénes somos…, trazando desde ahí microguiones de vida futura en relación a lo vivido hasta el momento. Ninguno de estos guiones son libres y elegidos por nosotros.
El impacto emocional que experimentamos hace que cognitivamente no podamos procesar lo ocurrido con las herramientas de las que disponemos. Es como si la primera reacción fuera la de un animal que se queda paralizado ante la imposibilidad de hacer nada, como si todo lo que experimentamos estuviera fuera de lo conocido y tuviéramos que improvisar sin recursos para ello. A nivel cerebral, esto ocurre en diferentes localizaciones y tiene todas unas implicaciones neuronales que en consulta debemos tener en cuenta a la hora de ayudar a la persona a superarlo.
Todo el nudo que provoca una experiencia traumática, necesita trabajarse para que no repercuta de forma crónica en la vida de la persona. Para ello hay que hablar y re-vivenciar de un modo seguro la situación a fin de entenderla, aclararla emocionalmente, e irla elaborando con unos recursos que facilitará el psicólogo. Desde aquí, que la persona pueda integrar lo ocurrido y liberarse del efecto de los hechos para poder continuar su vida libremente.
¿Cómo tratamos las experiencias traumáticas?
Del mismo modo que ocurre con otros problemas, el trauma aparece en un contexto que es único para cada individuo. Es necesario entenderlo dentro de la historia de la propia persona que lo vive, para aproximarnos a conocer qué ha significado para ella.
En una psicoterapia establecemos un clima de escucha y comprensión, posibilitando la apertura de todo aquello que la persona necesite traer para elaborar su trauma, en un entorno seguro y preparado para contener su angustia. De esta forma, la persona poco a poco puede ir reelaborando todas aquellas emociones, sensaciones, temores, fantasías que rodean a la experiencia que vivió, interiorizando una nueva vivencia menos dolorosa y que puede manejar con sus propios recursos.