«Ayer Ana pasó el día sin apenas mirarme ni dirigirme la palabra. Al principio, su forma de comportarse me molestó mucho y me llegó a enfadar, ¡yo no había hecho nada para que me tratara de esa forma! Suelo pensar que cuando alguien está mal es porque yo he hecho algo malo. Después, empecé a recordar otras veces en las que se había puesto de esa manera; creo que es su forma de reaccionar cuando algo le preocupa. Al final del día, me acerqué a ella y le pregunté cómo se encontraba, entonces me explicó que tenía un problema en el trabajo que no sabía cómo resolver».
La mentalización es una capacidad que nos permite interpretar el comportamiento de los demás y también el nuestro en función de estados mentales, es decir, de pensamientos, creencias, deseos, motivaciones, sentimientos y otros contenidos de la mente.
Esta capacidad es esencial para que nuestras relaciones con los demás sean satisfactorias, y también nos sirve para regular nuestras emociones y conductas; su dimensión autorreflexiva nos permite conocer nuestros pensamientos y sentimientos, entender qué los motiva y a qué otros componentes de nuestra vida mental se encuentran ligados.
Existen cuatro áreas importantes para desarrollar la mentalización:
El desarrollo de una adecuada capacidad de mentalización está relacionado con el apego vivido con las figuras significativas en la infancia. Si la niña o el niño tienen un apego seguro hacia estas figuras y ellas mismas tienen una adecuada capacidad de mentalización, podrán a su vez desarrollar un buen funcionamiento reflexivo.
El hecho de poder interpretar en términos de estados mentales el comportamiento nos permite no vivir con tanto malestar una actuación que nos incomoda, ya que entra en juego la intencionalidad de la otra persona.
Por otro lado, protege nuestra autoestima ya que a través de esta capacidad interpretamos las actuaciones de los otros a partir de sus estados mentales, y no de nuestra forma de ser. Esto es esencial por ejemplo en el caso de sufrir un trato hostil por parte de alguien, ya que el hecho de no tener presentes sus estados mentales (pensamientos, emociones) puede llevarnos a pensar que esa hostilidad tiene como causa nuestra manera de ser.
La mentalización también es clave a la hora de desarrollar empatía. Cuando ésta es automática, despierta nuestras neuronas espejo y nos permite vivir la emoción que otra persona está sintiendo. Cuando es controlada, podemos de forma deliberada representar en nuestra mente el estado mental del otro para generar esa empatía.
Otra de sus funciones es la de ayudarnos a tomar decisiones en nuestra propia vida basándonos en el conocimiento de nuestros estados emocionales, fantasías y deseos. Cuando esta capacidad falla puede aparecer cierta sensación de vacío, de no saber qué es lo que queremos o nos hace sentir bien.
En un plano más cognitivo, la mentalización nos dota de la capacidad de diferenciar los pensamientos de la realidad, entendiendo que nos movemos en un terreno representacional, simbólico.
De este modo se abre la posibilidad de reducir el impacto de pensamientos angustiantes o autocríticos, así como de ser capaces de flexibilizar las ideas y aceptar puntos de vista distintos, puesto que los pensamientos se relacionan con la realidad pero no existe una equivalencia exacta entre ambos.
En una psicoterapia es importante valorar la capacidad mentalizadora para apoyarnos en ella en el proceso o bien trabajarla para lograr que se desarrolle.