Todas las personas vivimos experiencias dolorosas a lo largo de nuestra historia: situaciones donde sentimos soledad, abandono, miedo, juicio… En principio, nuestro cerebro está preparado para hacer frente a este tipo de experiencias, para integrarlas en nuestra identidad y colocarlas de una forma coherente que nos permita convivir con el dolor.
Cuando hablamos de trauma, nos referimos a experiencias que dejan heridas emocionales que no se han podido integrar, procesar o resolver, normalmente por no poseer los recursos necesarios para ello o ser experiencias que nos desbordaron en el momento en que las vivimos, como puede ser habitual en la infancia.
Estas heridas emocionales pueden proceder de vivencias muy intensas, como puede ser un abuso sexual infantil, o un maltrato físico, que es lo que estamos más acostumbrados a asociar con el trauma; pero también pueden ser provocadas por una experiencia que se da de manera sutil, pero continua, a lo largo de nuestro desarrollo, como puede ser crecer en un contexto donde se recibe una mirada de exigencia muy severa, que hace acumular a la persona, a lo largo de los años, una sensación de no estar a la altura de lo que los demás esperan de él o de ella. Esto último puede ser más difícil de detectar, sin embargo, también puede tener consecuencias importantes en la formación de la identidad, ya que somos seres relacionales, y nos construimos a partir de la imagen que los otros nos devuelven de nosotros mismos: aprendemos cómo es el mundo y cómo es estar en el mundo según los modelos de relaciones que tenemos a lo largo de nuestro desarrollo.
Entendemos el trauma como la suma de la experiencia que vivimos y la respuesta que recibimos de nuestro alrededor cuando buscamos ayuda, consuelo o protección. En ocasiones, ante esta búsqueda de apoyo o seguridad tras vivir una experiencia traumática, recibimos prohibiciones por parte de nuestro entorno: “no puedes seguir hablando de esto”, “te lo estás inventando”, “eso no ha pasado”, “no ha sido para tanto”. Muchas veces estas prohibiciones pueden ser implícitas: una mirada que se aparta, el estado afectivo de los demás baja cuando hablo de este tema, etc.
Encontrar apoyo y protección tras vivir una experiencia traumática es fundamental para poder procesarla y afrontarla. Una respuesta negadora de la experiencia por parte de nuestro entorno puede ser especialmente grave y es clave para entender por qué muchas veces los traumas tardan en entenderse o en contarse: tiene que ver con esta dinámica de prohibiciones y con la sensación de que “nadie nos va a creer o ayudar si contamos esto que nos ha pasado”.
Vivir una experiencia donde el otro nos daña, no nos protege, donde no somos vistos o somos discriminados, puede dañar las expectativas que tenemos de los demás, lo que esperamos encontrar en las relaciones con los otros, en definitiva, nuestra manera de percibir el mundo.
Un proceso terapéutico puede ser de gran ayuda para procesar y colocar la experiencia que hemos vivido en un contexto de seguridad, con un profesional que nos acompaña y guía en la construcción de una narrativa que nos permita afrontar de una forma más adaptativa nuestras vivencias, el desarrollo de recursos más adecuados, y la reconexión con un mundo más amable, desde una mirada positiva hacia nosotros mismos.
En Intro psicólogos podemos ayudarte. Contacta con nosotros en este formulario y cuéntanos.