Cuando nacemos, llegamos a un mundo al que debemos adaptarnos para sobrevivir. Cada persona crece en una familia determinada, y también en un barrio, en un país y en un momento histórico y cultural concretos, con sus circunstancias particulares.
Desde ahí, vamos aprendiendo cómo es el mundo y cómo podemos enfrentarnos a él, qué podemos encontrar en las relaciones con los demás y qué estrategias y herramientas existen para ello. Todo esto lo aprendemos siguiendo el modelo y el consejo de nuestros cuidadores principales y otros referentes que tenemos en nuestro entorno. Quiénes y cómo somos de adultos/as tiene mucho que ver con las personas que nos rodearon en nuestros primeros años de vida: cómo nos dolemos, nos enfermamos, nos atascamos o nos enfrentamos a lo que nos ocurre.
En nuestros vínculos tempranos aprendemos qué podemos esperar en las relaciones con los otros/as y qué tenemos que hacer –o cómo debemos ser– para que nos quieran. Si todo marcha bien, aprendemos que la mayoría de las veces, los demás están ahí para ayudarnos, y nos aceptan y nos quieren a pesar de “no ser perfectos” (porque nadie lo es, y esto es siempre una cuestión subjetiva). Aún así, inevitablemente, todos/as tenemos nuestras heridas, ya que tuvimos que ajustarnos a nuestro ambiente, y “moldearnos” de alguna manera.
Cuando hablamos del cambio en Psicoterapia nos referimos a cambiar aquello que nos hace mal o nos enferma: comportamientos, ideas, valores, formas de comprender la vida o de relacionarnos… Algo por lo que a menudo acudimos a terapia, ya que podemos sentir que nuestras formas habituales de funcionamiento han dejado de servirnos o no nos hacen sentir bien.
Esto es, con frecuencia, complicado porque también es lo que en algún momento nos permitió sobrevivir, e implica renunciar a formas de protegernos que en la infancia fueron decisivas para mantener la cordura. Por ello, puede ser un proceso doloroso, que nos enfrenta con el miedo a lo desconocido, la incertidumbre o la incomodidad.
Es importante saber que el cambio es posible –y necesario–. Igual que enfermamos en relación, sanamos en relación con otros/as que nos enseñan y muestran modelos y formas diferentes. Un proceso de terapia, donde un profesional pueda acompañarte en las diferentes fases de este proceso puede ser de gran ayuda para encontrar una forma de vivir más libre y elegida.