¿Me quedo en casa leyendo o voy al cine a ver una película? ¿La camiseta negra o el vestido azul? ¿Qué destino elijo para estas vacaciones?
En el día a día nos encontramos tomando decisiones continuamente, normalmente nos enfrentamos a elecciones cotidianas que no suponen grandes cambios pero que van marcando el transcurso de nuestro día. En ocasiones, también debemos hacer frente a grandes decisiones que tendrán un impacto significativo en nuestra vida, y que nos hacen detenernos a pensar qué es lo que verdaderamente deseamos.
Para algunas personas la toma de decisiones, incluso de las más pequeñas, puede resultar un momento difícil, ya que las conecta con una sensación de incertidumbre que las paraliza y que puede generar frustración y malestar.
Hablaremos en este post sobre qué puede haber detrás de esta dificultad, y cómo puede tener que ver con las circunstancias e historia particulares de cada persona.
Lo cierto es que elegir nos enfrenta con la posibilidad de no saber, de fallar, de equivocarnos. Elegir es aceptar que no sabemos qué va a pasar, tolerar la duda y la incertidumbre, entender que por mucho que intentemos anticipar lo que puede suceder, no sabremos si hemos acertado o errado hasta que hayamos decidido. Elegir también es perder, despedirnos de aquel camino que no tomamos. A un nivel más emocional, una decisión nos hace preguntarnos qué pensarán o cómo reaccionarán las personas de nuestro alrededor, si seremos capaces o no de hacernos cargo de lo que sucederá, si tendremos las herramientas para solucionar si algo sale mal, si seremos capaces de improvisar, de aprender sobre la marcha, de cambiar de planes.
Como decíamos, enfrentarnos a estos sentimientos puede bloquearnos, y esto sucede especialmente si a lo largo de nuestra historia hemos experimentado la toma de decisiones como un lugar desagradable o difícil en el que estar, que nos ha generado un conflicto. Si observamos a niños y niñas de corta edad, nos daremos cuenta de que suelen tener muy claro lo que desean y lo que no. A medida que vamos creciendo, nos vamos adaptando, recibimos mensajes de nuestro alrededor y nos construimos en las relaciones que establecemos con los demás, especialmente con las personas que tenemos de referencia. Hemos podido aprender que manifestar nuestros deseos y necesidades pone en riesgo la relación con nuestras figuras importantes, por ejemplo, si escucho y expreso mis gustos, el otro se pone triste, se enfada, o, por el contrario, si hago lo que me dice obtengo su cariño y aceptación.
Ante este tipo de situaciones en la infancia la reacción natural, humana e inconsciente, es encontrar la manera de resolver este conflicto. Si pensamos en que se pone en juego una relación que necesitamos para crecer, construirnos y sobrevivir, una forma de adaptarnos sería dejar de escuchar nuestra necesidad, nuestro deseo y centrarnos en lo que el otro pide o necesita.
Así, podemos pensar en cómo la sensación de sentirse incapaz de decidir o la dificultad de conectar con lo que uno desea también está mediada por la forma en la que cada uno se ha construido. Poder pensar en cómo ha sido nuestra historia, nuestras relaciones, los mensajes que hemos recibido y cómo nos hemos adaptado a todo ello puede ayudarnos a comprender la forma en la que funcionamos en el presente, y a elegir de una manera más libre y consciente cómo queremos hacerlo de ahora en adelante.