Dice una frase de Epícteto que “tenemos dos orejas y una boca para que podamos escuchar el doble de lo que hablamos”. Sin embargo, a menudo estamos más entrenados en el arte de la oratoria que en el de la escucha, por lo que relegamos esta parte tan importante de la comunicación. En este post vamos a hablar sobre la escucha activa.
Este término fue acuñado por Carl Rogers para hablar de un modo de escucha en el que hacemos sentir a nuestro interlocutor que estamos recibiendo lo que nos transmite.
En la escucha activa no sólo oímos, sino que captamos el mensaje que nos llega con toda su complejidad, tanto su contenido como las emociones, intenciones y pensamientos que subyacen.
Además, expresamos que estamos participando de la comunicación desde este rol de escucha, transmitiendo a quien nos habla que estamos recibiendo y comprendiendo lo que nos dice.
Para escuchar de forma activa, tenemos que centrar la atención en nuestro interlocutor y no solo en nuestros pensamientos sobre lo que vamos a responder; necesitamos poner en práctica nuestra empatía para comprender a la otra persona.
El valor que le damos a menudo en nuestra sociedad al “hacer” nos puede desconectar de esta capacidad de actuar de otro modo, más discreto, menos visible, estar presentes interviniendo en la conversación desde este lugar menos protagonista, el de la escucha.
¿Cómo podemos ejercer una escucha activa?
No hay recetas infalibles, como en todo, cada persona tiene un estilo diferente; la clave está en prestar atención a lo que nuestro interlocutor nos comunica tanto a nivel verbal como no verbal y expresar que estamos presentes en la comunicación, escuchando y recibiendo el mensaje.
En general, hay algunos gestos que podemos poner en práctica para expresar una escucha activa: tener contacto visual, asentir con la cabeza, manifestar a nivel facial las respuestas emociones que nos genera lo que nos están diciendo o mostrar una postura corporal relajada pero presente en la comunicación, por ejemplo, inclinándonos ligeramente hacia delante.
También podemos reflejar en palabras algo de lo que estamos recibiendo y hacer preguntas si pensamos que nos pueden aclarar algo, de este modo la otra persona percibirá que estamos escuchando.
Todos estos gestos pueden resultar forzados si no se asientan sobre la base de la atención y empatía hacia quien nos habla. Algunas personas pueden tener ciertos bloqueos, que provienen de lo qué esperamos de las relaciones con los demás o de las ideas que tenemos sobre nosotros mismos, y que nos pueden dificultar prestar esta atención empática a los otros.
Por eso, si sentimos que nos cuesta practicar la escucha activa es importante que dediquemos un tiempo a ir al origen de nuestras dificultades, conocernos bien y aceptarnos, antes de poner en práctica conductas que nos resulten artificiales.