Comer es una actividad básica que todas las personas necesitamos llevar a cabo y sin
embargo, puede tener múltiples significados en función de nuestras experiencias. Existen
muchas maneras distintas de relacionarse con la comida: hay quien disfruta mucho de ese
momento, otras personas lo viven como un trámite necesario para poder seguir con su
actividad, hay quien le dedica horas a pensar, escoger, cocinar y degustar lo que ingiere y para
quien comer es una forma de celebrar o de manejar sus estados emocionales, en especial
cuando son incómodos.
Independientemente de cómo nos relacionemos cada uno con el comer, observando nuestros
hábitos de ingesta y cómo evolucionan podemos descubrir mucho sobre nosotros mismos y
cómo estamos en cada momento.
La ingesta de alimentos es una de las formas a través de las cuales las personas regulamos
nuestro estado interno, en concreto, la sensación de hambre. Conecta con el circuito de placer
de nuestro cerebro porque se trata de una actividad imprescindible para nuestra supervivencia.
Cuando somos bebés, lloramos cuando sentimos las señales fisiológicas de hambre; es
entonces cuando una figura de cuidado externa nos alimenta y nos calma. Poco a poco, a
través de la repetición de este ciclo de señales internas de necesidad de comer, respuesta
sensible de quien nos cuida y posterior alivio, las personas vamos construyendo en nuestra
mente de forma inconsciente una forma de funcionar ante nuestra información interna. Cuando
vamos ganando autonomía, podemos identificar esas señales y responder a ellas nosotros
mismos.
Como podemos ver, este ciclo es muy similar al que llevamos a cabo cuando hablamos de
nuestros estados emocionales. Ante la ansiedad, tristeza, enfado, aburrimiento, nuestro cuerpo
emite avisos para que atendamos algo que nos ocurre. Todos estos estados tienen un correlato
fisiológico que podemos aprender a identificar y responder a él cuando nos relacionamos con
figuras de cuidado que son sensibles a nuestras señales, para después hacerlo por nosotros
mismos.
Algunas personas comen para calmar estados emocionales como la sensación de vacío, de
soledad, de angustia… Es una manera de buscar alivio de aquello que les pasa a través de un
recurso que no siempre se adapta a lo que necesitan realmente. Otras personas dejan de
comer cuando se sienten mal, es como si el estado de malestar desconectara su capacidad de
identificar aquellas señales de hambre que nos llevan a buscar alimentarnos.
Lo primero que podemos hacer es tomar conciencia de que esto nos pasa, parándonos a
observar si comemos sin hambre o dejamos de comer en determinados momentos en los que
nos sentimos mal. Identificar en qué situaciones estamos utilizando la comida nos puede dar
información útil sobre lo que nos pasa.
Una vez vamos aprendiendo a tomar contacto con lo que sentimos a nivel interno, podemos dar
una respuesta ajustada a la necesidad real que tenemos. Por ejemplo, hablando con alguien
querido cuando nos sentimos tristes, poniendo un límite claro cuando algo nos ha enfadado,
buscando actividades estimulantes cuando nos aburrimos, expresando lo que nos preocupa…
De este modo vamos conectando nuestra experiencia interna con las acciones que llevamos a
cabo para regularnos, sin desplazar a la comida lo que nos ocurre. Esto favorecerá que
tengamos una relación más sana con nuestras emociones y también con el acto de comer.
Si tienes dudas o te preocupa tu relación con la comida, ponte en contacto con nosotros.