Todos los seres humanos tememos el abandono y la soledad. Cuando hablamos del sentimiento de soledad, nos referimos a una falta de conexión emocional profunda con los demás. Y, aunque es importante y necesario tener cierto grado de independencia y seguridad en la relación con uno mismo/a, también necesitamos a los demás –emocionalmente– cerca.
Todos/as nos sentimos solos/as en algún momento de nuestra vida. A lo largo de nuestra historia, es normal pasar por etapas en las que sentimos la soledad de una manera más acentuada, ya sea porque perdemos alguna relación importante, porque nuestros seres queridos se encuentran lejos o porque algún vínculo que nos satisfacía deja de hacerlo.
Sin embargo, para algunas personas, la soledad se siente como algo familiar, una compañera de viaje que las acompaña gran parte del tiempo, un sentimiento que a veces se cubre, pero que siempre acaba volviendo.
Esto suele tener su origen en las experiencias tempranas que tenemos en la infancia con nuestras figuras cuidadoras, y que configuran la manera en la que estamos en el mundo y nos relacionamos con los demás. Habernos sentido desprotegidos, poco vistos o cuidados cuando somos niños/as, o no haber sentido que nuestras necesidades se tenían en cuenta, nos conecta con sentimientos de profunda soledad y desamparo en un momento del desarrollo en el que no tenemos recursos para hacerles frente, como es la infancia.
Esto configura la manera en la que nos relacionamos y nos enseña qué podemos esperar de los demás, lo que nos lleva a desarrollar una serie de estrategias para enfrentarnos a ello a lo largo de nuestra vida.
Si hemos sentido abandono, rechazo o daño en las relaciones con nuestros cuidadores, habremos aprendido que sentirnos vulnerables o dependientes es algo peligroso, algo de lo que es mejor alejarse y protegerse. Esto puede ser una herramienta útil que nos permite alejarnos del daño que nos generó no sentirnos vistos, protegidos o tenidos en cuenta por una figura importante. Sin embargo, a la vez que nos protege, también nos mantiene lejos de los demás en nuestras relaciones presentes, no nos permite construir vínculos profundos e íntimos y perpetúa esa sensación de soledad que tanto dolor nos causó en su momento.
¿Cómo se puede ver esto reflejado en cómo nos relacionamos en el presente?
Puede que sintamos miedo a crear vínculos íntimos o profundos en los que nos arriesguemos a ser vulnerables, tengamos miedo a mostrarnos y que nos vean los demás, construyendo relaciones superficiales en las que no nos acabamos de sentir cómodos/as para abrirnos, o tendiendo a involucrarnos en relaciones que están predestinadas al fracaso.
Para evitar que nos dañen, llevaremos a cabo –de forma inconsciente– mil estrategias que impiden que los demás se acerquen tanto. Y, a la larga, esto crea relaciones superficiales, poco íntimas en las que nos sentimos solos/as de nuevo. Así, conectamos con una sensación familiar de soledad y de desconexión, que sentimos que nos acompaña a lo largo del tiempo, y que nunca se va del todo.
Ser conscientes de que el mundo que experimentamos a nuestro alrededor también está condicionado por la forma en la que percibimos a los demás y la historia que hemos vivido, nos permitirá elegir de una forma más libre cómo nos relacionarnos con los demás, pudiendo construir vínculos en los que nos mostremos, nos sintamos vistos, cuidados y queridos.
Para ello, un proceso de terapia a lo largo del cual podamos comprender y conectar con nuestra historia, acompañados de un profesional que nos guíe, puede ser de gran ayuda para sanar heridas y cubrir nuestras necesidades presentes.
Desde INTRO, podemos acompañarte.