Donald Winnicott fue un pediatra y psicoanalista que estudió el vínculo madre-hijo y su impacto en el desarrollo emocional del bebé. Una de sus grandes aportaciones fue el concepto de “madre suficientemente buena”, refiriéndose a los cuidados mínimos que debe aportar una madre para el adecuado desarrollo de su hijo/a.
Hoy sabemos que la función de la madre –o cuidador principal– es primordial para que el bebé se desarrolle física y emocionalmente. La madre supone el primer contacto con el mundo exterior para el bebé, y le enseña a mirarse a sí mismo y al mundo de una manera determinada. En esta primera relación el bebé descubre cómo es estar en una relación con otro y qué puede esperar de ella (por ejemplo, un lugar de cuidado y protección).
A través de los cuidados y el apoyo de la madre, el niño/a puede conocer el bienestar, el amor y la comprensión, y aprender a sentirse seguro. Si este proceso se da adecuadamente, el/la niño/a podrá afrontar el proceso progresivo de separación de su madre a lo largo del tiempo, y logrará ser un/a adulto/a independiente.
Sin embargo, no es realista esperar que una madre sea “perfecta”, que comprenda cada llanto, gesto o necesidad de su bebé, o que siempre pueda atenderlo en el momento y de la forma adecuada; no siempre contará con el estado de ánimo apropiado o con la paciencia necesaria para responder de forma óptima a las necesidades o demandas de su hijo/a. Cada madre, como ser humano que es, estará lidiando también con sus propias angustias, sus dificultades y su momento vital.
Lo más interesante de la teoría de Winnicott es que defiende que una madre “perfecta” –además de no ser realista– no es necesaria: una madre ha de ser suficientemente buena. Los/las niños/as son capaces de tolerar cierto grado de frustración y malestar, y a medida que van creciendo esta capacidad aumenta. La ausencia temporal de la madre, su agotamiento en momentos puntuales o su incapacidad para comprender las necesidades de su hijo/a en algunas ocasiones no lo/la dañarán emocionalmente. Es más, los errores y fallos que toda madre comete, permiten al bebé desarrollar nuevas formas de hacerse entender, de expresar su angustia y sus necesidades, y de desarrollar herramientas para gestionar su frustración, lo que le permitirá seguir explorando y creciendo.
En definitiva, una madre suficientemente buena estará presente y disponible para el niño/a en la medida de lo posible, atenderá aquello que necesita, contendrá su angustia y le mostrará su amor, pero también se equivocará en numerosas ocasiones a lo largo del proceso. Como decíamos, estos fallos son naturales y necesarios, siendo una parte fundamental del desarrollo de un niño/a y del aprendizaje que conlleva la maternidad.