La vergüenza es esa emoción que sentimos cuando nos observan cometiendo un error, haciendo algo que juzgamos como inadecuado o cuando alguien descubre aquello de nosotros mismos de lo que no nos sentimos orgullosos.
Es una ruptura momentánea con la imagen valorizada que necesitamos tener sobre nosotros mismos y que mostramos al mundo, por este motivo bajo la emoción de vergüenza puede estar la idea de “yo no valgo”, “no soy como debería ser”.
Muchas de las dificultades y conflictos que traen a las personas a terapia, cuando contactan con psicólogos de Madrid centro, tienen su base en una sensación de vergüenza generalizada, que a veces cuesta identificar y elaborar.
La vergüenza es una de las emociones secundarias características de los seres humanos. La llamamos secundaria porque no nacemos con ella, sino que la desarrollamos en nuestros primeros años de vida.
Además, depende fuertemente del contexto, es decir, dependiendo del entorno en el que nos desarrollemos, las normas, valores, costumbres…, nuestra emoción de vergüenza puede tomar diversas formas.
Como ocurre con todas las emociones con las que convivimos, tiene una función adaptativa.
Las personas somos seres sociales, vivimos en comunidad y la vergüenza nos permite ajustarnos de una manera adecuada a esas reglas, regulando nuestra manera de estar y actuar e inhibiendo aquello que puede ser negativo, peligroso o perjudicial.
Así, si interiorizamos que en nuestro entorno social mostrar el cuerpo desnudo en público es visto como algo inadecuado, la vergüenza hace que inhibamos ese comportamiento.
Por tanto, esta emoción nos sirve para sentirnos bien en nuestro entorno social, cumpliendo con aquellos mandatos que lo caracterizan.
En ocasiones, la vergüenza puede convertirse en una emoción que provoca mucho dolor, sufrimiento y la aparición de síntomas psicológicos como inhibición en las relaciones sociales, dificultad en la toma de decisiones, miedo al rechazo,…
La vergüenza en estos casos se convierte en una mala compañía, que limita la capacidad de relacionarse y la confianza en uno mismo.
Como decíamos, el sentimiento de vergüenza está directamente relacionado con la sensación de valía, con el juicio que hacemos sobre nosotros mismos como adecuados o inadecuados.
Cuando esta idea de “yo no valgo” queda grabada en la mente, aparece lo que solemos llamar vergüenza tóxica o problemática.
Esta vergüenza, lejos de ayudarnos a lograr un adecuado ajuste social, puede paralizarnos, evitar situaciones placenteras y enriquecedoras, no desarrollar proyectos que deseamos, y otras muchas situaciones que provocan sufrimiento.
Hay muchos caminos diferentes que pueden conducir a que aparezca esta vergüenza problemática, y en la mayoría de los casos tienen que ver con situaciones tempranas, en los momentos en los que estábamos construyendo la idea de nosotros mismos en el mundo.
Recibir críticas constantes de las personas que nos cuidan y que son nuestros referentes en los primeros años de vida, el rechazo de compañeras y amigos, desvalorizaciones de profesores o identificarse con personas que se sienten avergonzadas o poco valiosas son algunas de las experiencias que nos cuentan las personas que acuden a terapia por este problema.
Para protegernos de ella, podemos tratar de pasar desapercibidos, en un intento de ser invisibles para que no se nos juzgue mal, o bien reaccionar con rabia para defendernos de esa mirada que nos daña.
Muchas problemáticas que tratamos los psicólogos tienen sus cimientos en esta vergüenza: síntomas de depresión, ansiedad, fobia social, inestabilidad emocional, pueden alimentarse de esta emoción.
Cuando somos niños, priorizamos el vínculo con las personas importantes porque nuestra supervivencia depende de ello.
Por tanto, nos es difícil cuestionar las ideas que nos lanzan desde fuera, y nos vemos obligadas a asumirlas como ciertas para mantener la relación.
Sin embargo, desde la posición de mayor autonomía que nos da el ser adultos, podemos cuestionar esos mensajes erróneos que recibimos sobre nosotros mismos, que no ponen el foco en lo positivo que cada persona también tiene.
Los adultos tenemos una importante labor en la construcción de esa identidad valorizada de nuestros pequeños.
Es importante aprender a encontrar ese difícil equilibrio entre establecer normas y límites, fomentar que interioricen valores positivos de convivencia social y al tiempo cuidar la imagen que nuestros hijos tienen de sí mismos, para no fomentar un sentimiento de vergüenza problemático que lejos de facilitarles una relación sana con los demás y consigo mismos, les provoque malestar.
En ocasiones, tras una buena intención de que aprendan cómo convivir con los otros, nos encontramos transmitiendo mensajes de “eres malo” o “no lo haces bien” que resultan contraproducentes.
¿Y cómo manejar esta vergüenza problemática cuando forma parte de nuestra vida? Para empezar, es necesario identificarla, ponerle nombre, saber que está ahí y qué efectos está teniendo en nuestra vida.
Poco a poco, a través de un proceso de conocimiento de nosotros mismos, podemos mirarla, entender mejor por qué y para qué está ahí, y desde ese lugar iniciar un cuestionamiento que la vaya debilitando.